martes, 10 de noviembre de 2020

Una respuesta inesperada: educando en tiempos de pandemia

¡Hola a todos! 

Me gustaría compartirles una reflexión que escribí hace un tiempo y una anécdota que marcó mi historia en la docencia. Educar y aprender en tiempos de pandemia no es nada fácil, pero en medio de esta tormenta encontré una respuesta inesperada que encaminó nuevamente el rumbo de mi vida. ¿Les gustaría conocerla?.

Este post esta dedicado a todos los indecisos, futuros docentes que al igual que yo están buscando una brújula para seguir.

 "Este año llegó para cambiar todos nuestros planes y plantear un panorama totalmente inesperado en todos los aspectos de nuestra vida. El día en que caí en la cuenta que esto está lejos de terminar, y que seguramente no tendría mis tan ansiadas prácticas de tercer año, debo admitir que sentí un leve ataque de ansiedad. Esta cursada iba a ser para mí decisiva, pues, tenía la esperanza de que las prácticas diesen respuesta a la pregunta que últimamente no dejaba de rondar por mi cabeza: ¿realmente soy capaz de ser docente? O mejor dicho, ¿soy capaz de ser una buena docente?

Cuando me anoté en esta carrera, allá por el 2018, me sentía muy confiada de mí misma. Pasé todas las materias sin mucha dificultad y estaba preparada para lo que venga. Fue en segundo año, sin embargo, que una serie de dudas y preguntas comenzaron a sembrarse y a crecer en mi interior. Con cada clase comencé a darme cuenta que ser docente era algo más complicado de lo que pensaba, y con la experiencia de Campo de la práctica en el aula comencé a sentir que yo jamás podría ser como esa docente que observaba.
El miedo se apoderó de mí durante todo el verano pensando que tal vez me había equivocado de carrera, puesto que no sería capaz de afrontar las responsabilidades que un educador tenía. Caí en la cuenta que ser docente no es un trabajo cualquiera, es seguramente una de las labores más grandes que pueden existir, y temía no ser capaz de dar la talla. El saber que no tendría una experiencia que me posicionara directamente en el rol me llenó de temor, pues esperaba que la práctica de este año me confirmara que no había elegido un camino equivocado para mi vida. Este asunto me tenía muy amargada, pero así como la pandemia llegó de forma inesperada, la respuesta que tanto buscaba encontrar llegó también de forma sorpresiva, encarnada en nada más ni nada menos que en un niño de once años. De pronto me encontré encerrada dentro de mi casa junto a un invitado muy inesperado: mi primo Thiago. Sin saberlo en aquel momento, ese nene sería quien terminaría de borrar cualquier tipo de duda respecto a mi profesión. De todos mis primos y sobrinos Thiago siempre fue el más especial, pues, creo que no he conocido en mi vida a un niño más creativo, alegre y soñador. Cuando supe que aún no sabía leer y escribir, no pude evitar sentirme mal por él y por las circunstancias de su vida familiar que siempre lo mantuvieron descuidado y marginado. No era ningún secreto para el resto de la familia que él sufría un leve retraso madurativo, y que a causa de ello fue anotado en una escuela privada de educación especial hace cuatro años. Si bien mis lazos con su familia nunca fueron cercanos, creía casi con certeza que el chico estaba bien, creciendo y progresando con ayuda de su nueva escuela. Pero según lo visto, estaba equivocada.
No voy a ahondar en el tema de esta institución y sus métodos, dado que no sé absolutamente nada sobre educación especial para opinar. Sin embargo, era inadmisible para mí que el niño no haya podido realizar un mínimo avance durante todos estos años. En base a lo poco que sabía de su diagnóstico psicopedagógico, su retraso madurativo no implicaba en absoluto un retraso en su capacidad de aprendizaje. Esto fue lo que me motivó a pensar que, con la ayuda adecuada, él era capaz de aprender. Ganas no le faltaban: lo notaba cada vez que mirábamos el noticiero y se esforzaba por tratar de entender los titulares, cuando jugaba algún videojuego y se frustraba por no entender las instrucciones, o cuando tomaba algún libro de nuestra biblioteca y trataba de adivinar su historia en base a las ilustraciones.
Tenía que hacer algo por él, pero no sabía por dónde empezar. Traté de recordar lo aprendido durante estos últimos dos años, pero me resultaba todo tan teórico que me sentí verdaderamente abrumada, pues, no tenía la menor idea de cómo llevar mis saberes a la práctica. Soy una persona bastante estructurada, y si bien sabía lo que tenía que hacer, no encontraba un modo de “ordenarlo” para hacer que funcione: qué actividades preparar, cuanto tiempo mantenerlas, cuál de todas las estrategias llevar a cabo primero, y demás. Caí en la cuenta de que lo que necesitaba, en efecto, era de una maestra que me enseñara a ser maestra. Supe de inmediato a quien llamar, pues, tengo la suerte de conocer a una de las mejores docentes que pueden existir. Su nombre es Vanesa, ella me orientó en todo lo que necesitaba saber y me ofreció hacer a Thiago partícipe de sus clases pregrabadas con alumnos de primer año.
Trabajamos durante unos días con algunos juegos didácticos y otros recursos para fomentar su interés y evaluar sus aprendizajes previos, y cuando vimos que había un verdadero entusiasmo por parte del chico y que comenzaba a exigirnos más, dimos el siguiente y tan ansiado paso. Thiago me acompañó a la librería a elegir el papel que forraría su nuevo cuaderno (un vistoso afiche del hombre araña) y comenzamos a mediados de abril nuestro camino de hormiguita. Navegamos por las primeras vocales, comenzamos a dar sentido a aquellos garabatos que representaban un nombre propio, conocimos las primeras sílabas con MA ME MI MO MU, escuchamos canciones llenas de poesía, y conocimos las historias de Petit, la princesa Sukimuki, el dragón Zipo, y el incomprendido Lobo. Acompañar a Thiago en sus primeras lecturas fue una experiencia maravillosa. Pude ver con todo detalle cada momento del proceso, cada duda, cada error, cada acierto. Aprendí a ver en qué momento debíamos avanzar, en qué momento debíamos volver, y en qué momento debíamos reflexionar. Me sentía como una especie de faro que lo ayudaba a recorrer estos caminos desconocidos hacia nuevos aprendizajes. No podía hacer el camino por él, pero podía guiarlo hacia su destino. Así, los miedos que habitaban dentro de mí poco a poco se fueron desvaneciendo, dejando lugar a la más pura de las satisfacciones.
Viendo cuanta emoción y cuántas ganas tenía el chico por aprender cosas nuevas, decidí dar un paso más y pedir ayuda a Vanesa con contenidos de matemática. La rapidez con la que Thiago había comenzado a descifrar y escribir sus primeras palabras me había sorprendido, pero lo que pasó con los números es algo que me cuesta creer todavía. ¡Cuánta facilidad tiene este nene para resolver problemas! Adición, sustracción, lo que venga. En sus propias palabras: “esto es una papa porque ahora entiendo cómo funcionan los números”. Y así fue. De pronto, una serie de símbolos que nada significaban para él comenzaron a tener sentido y a ser útiles para todo tipo de cosas, y una vez que lo asimilo, no hubo quien lo pare. Su diversión en estos días fue organizar sus ahorros. Mando a traer la alcancía de su casa y en las tardes se sienta en la cama separando billetes y organizándolos en diferentes cantidades, al igual que en los problemas que tanto le gusta resolver. Ahora sin duda, esta es su materia favorita y me emociona mucho ver lo contento que se pone cada vez que la seño Vane trae una nueva propuesta de matemática.
Este proceso de aprendizaje conjunto fue uno de los viajes más significativos que he tenido hasta ahora en mi vida, y lo más lindo de todo es que aún no ha terminado, pues nos queda mucho por aprender a los dos. La ventaja que tenemos a comparación del principio es que ahora sabemos que todo es posible. Thiago se demostró a si mismo que podía aprender, y yo me demostré a mí misma que soy capaz de enseñar. Todas las dudas que pudimos tener al comenzar se esfumaron, y lo que perdura ahora son las ganas de seguir avanzando para saber hasta dónde podemos llegar juntos. Yo siempre pensé que todo en esta vida pasa por algo y que nada está librado al azar, y mi experiencia en estos meses me lo confirma. Mi primo llegó a mi casa con este desafío justo en el momento en que más lo necesitaba, pues, la experiencia de enseñanza- aprendizaje que viví fue tan íntima y cercana, que no la imagino posible en otras circunstancias. Es gracias a ella que ahora puedo entender todo lo que representa el ser un docente, y lejos de sentir ese miedo inicial, ahora me siento valiente, segura y sobre todo honrada por la profesión que elegí. Estoy segura que dentro de unos cuantos años cuando me jubile y mire hacia atrás, voy a sentirme orgullosa no solo de mi oficio, sino también de todas esas personitas que caminaron junto a mí para enseñarme como Thiago lo hizo esta primera vez."

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